Fernando VII, el rey cobarde, vago, antipático y muy feo que no podía cumplir en el lecho por su enorme miembro viril
Dicen que Dios nos castiga con nuestros deseos, algo que se cumple a rajatabla en el caso de Fernando VII, probablemente el soberano más nefasto de nuestra historia, pues el pueblo le apodó inicialmente «El Deseado» por considerarle paladín de las libertades contra la opresión gala, pero tras el reinado de José Bonaparte, monarca odiado al haber sido impuesto por su hermano Napoleón, los españoles no imaginaban que Fernando VII, ayudado por el enemigo galo, segaría sus esperanzas de libertad que, tras la guerra de la Independencia, plasmaba la Constitución de Cádiz de 1812.
El 7 de abril de 1823, hace ahora dos siglos, Francia mandó un ejército de 95.062 soldados, los Cien Mil hijos de San Luis, apodados así en memoria del rey Luis IX, que fue canonizado. Al mando del duque de Angulema, su misión fue apoyar a Fernando VII contra los liberales y restaurar el régimen absolutista en virtud de los acuerdos europeos de la Santa Alianza.
El ejército constitucional español, mal organizado, ofreció resistencia en Andalucía y Cataluña, pero los franceses ocuparon Madrid sin trabas y después el sur. Esto propició que Fernando VII, que se había estrenado en 1814 con un reinado absolutista contraviniendo el espíritu de las Cortes de Cádiz, incumpliera también su promesa de acatar el liberalismo tras la revuelta revolucionaria de 1820 capitaneada por Riego. Gracias al apoyo «ultra» francés, restauró en 1823 la tiranía en la conocida como «década ominosa» hasta que falleció en 1833 con 48 años, aquejado de dolorosos ataques de gota.
Hijo de Carlos IV y María Luisa de Parma y nacido en 1784 en El Escorial, las crónicas de la época definen a Fernando VII como un ser cobarde, vago, antipático, nada agraciado físicamente, fumador empedernido y habitual de los burdeles. «Solía salir disfrazado por las noches en compañía del duque de Alagón para entregarse fuera de palacio a deportes que los musulmanes practican dentro del harén». Mal hijo también, mantuvo nefastas relaciones con su padre, el rey Carlos IV, contra quien conspiró siendo príncipe de Asturias en 1807 apoyado por los enemigos de Godoy, el valido del monarca, logrando destronarle en marzo de 1808 al encabezar el motín de Aranjuez. A raíz de la invasión francesa, Carlos IV se exilió y también Fernando VII perdió el trono, que recuperó por el tratado de Valençay en 1813.
Ni siquiera cumplió en el lecho, pues de sus cuatro matrimonios solo pudo engendrar ningún varón y sí tres hembras, la futura Isabel II, a la que hizo reina tras abolir la ley sálica que impedía reinar a las mujeres, promulgando en 1930 la pragmática sanción. Su problema era que padecía «macrofalosomía genital», o miembro viril enorme que dificultaba el coito al provocar un dolor insoportable en sus esposas. Para paliarlo, según uno de sus médicos, «usaba una almohadilla perforada en el centro» lo cual unido a su fealdad, no servía de mucho.
Se casó en primeras nupcias en 1802 con su sobrina, la bella princesa napolitana María Antonia de Borbón, que casi se desmaya al verle. «En el retrato parecía más feo que guapo, pero comparado con la realidad, era un adonis», escribiría a su madre. También reveló que Fernando VII no le tocó un pelo hasta 11 meses después del enlace: «Es un tonto que ni caza ni pesca, no se mueve de su cuarto, y tampoco tiene deseo ni capacidad para ser marido». Su vía crucis se prolongó cuatro años hasta que falleció virgen de tuberculosis.
Su segunda esposa fue la princesa lusa Isabel de Braganza, también sobrina suya, que logró embarazarse dos veces, pero las heridas internas seguramente provocadas por su esposo durante el coito provocaron su muerte en su último parto. Su agonía fue terrible, pues los médicos, creyéndola muerta, extrajeron por cesárea al niño, pero en medio de la carnicería despertó y lanzando un grito de dolor, expiró.
La tercera fue la alemana Josefa de Sajonia, criada en un convento, que se casó con 17 años pensando que a los niños los traía la cigüeña. Tal pánico experimentó en su noche de bodas que se orinó de miedo, teniendo que mediar el papa Pio VII para convencerla de que el sexo entre esposos no era pecado, sino obligación. Aun así, rezaba el rosario cuando veía a su esposo despojarse de sus calzones dispuesto a copular. Cuando tras diez años de matrimonio murió de unas fiebres, Fernando VII, impaciente por dar un heredero al trono, se casó cuatro meses después con otra sobrina, María Cristina de Borbón a la que según el historiador Enrique Junceda, violó en su noche de bodas. «En vez de noche de amor lo fue de agresión». Aun así, fue la única que le dio una hija, la futura Isabel II, a la que curiosamente apoyaron los liberales en las guerras carlistas frente al candidato absolutista, Carlos María Isidro.
Tomado de ww.elmundo.es