La ola de anorexia e intentos de suicidio entre los adolescentes sigue en aumento

Paralela a la pandemia del coronavirus transcurre otra, «colateral», «acallada», «nunca vista» por los profesionales sanitarios, que ha llevado a decenas de adolescentes a ingresar en los hospitales vascos con cuadros severos de desnutrición, autolesiones o intoxicaciones medicamentosas voluntarias. Así lo atestigua la jefe de Sección de Psiquiatría infanto-juvenil del Hospital Universitario de Basurto, Arantza Fernández Rivas, quien advierte de que «la ola de anorexia y de intentos de suicidio sigue creciendo» y así lo avalan los datos. De hecho, en Bizkaia han aumentado un 50% los ingresos psiquiátricos de menores en lo que va de año con respecto al mismo periodo de 2019, antes de la crisis del covid, y la situación es similar en toda la CAV. «Están sufriendo muchísimo y se les está dando poca respuesta sanitaria», lamenta esta profesional.

La incertidumbre, el miedo, el aislamiento, las pérdidas… La pandemia ha provocado un «inmenso malestar emocional» a muchos adolescentes. «Aquellos que tienen una gran capacidad de autocontrol han intentado gestionarlo dejando de comer o haciendo mucho ejercicio, mientras que los más impulsivos han tratado de resolverlo de un modo rápido con autolesiones o intentos de suicidio», explica esta psiquiatra.

La primera ola de coronavirus, en marzo del año pasado, ya trajo consigo un «gran incremento» de los ingresos de menores por anorexia nerviosa. Como muestra, en Bizkaia llegaron a aumentar un 153% en 2020 en comparación con el ejercicio anterior. «Nunca se había dado una incidencia tan grande. Los casos son muchísimo más graves, con situaciones de desnutrición extrema y peso crítico, que requieren obligatoriamente hospitalización, y en edades más precoces», alerta esta profesional con más de 25 años de experiencia con niños y adolescentes. En este sentido, detalla que la media de edad de los ingresados «antes era de 15 años y, a consecuencia de la pandemia, empezó a bajar, y hay casos de niños de 11 o 12 años. Fue el primer horror que empezamos a ver, algo impresionante».

Tentativas sin gran letalidad

Con «la atención ambulatoria a la salud mental paralizada a nivel presencial», los primeros meses de la crisis también se «duplicaron o triplicaron las asistencias a adolescentes en las urgencias» y los servicios sociales constataron un aumento de «los problemas en la convivencia doméstica, relacionales y de conducta».

A lo largo del verano aumentaron asimismo de forma «muy llamativa», repasa la doctora Fernández Rivas, «los casos muy dramáticos de trastorno de estrés postraumático». Menores que en el pasado sufrieron maltrato, abusos sexuales o experiencias graves «que se reactivaron en una situación tan intensa como la pandemia y necesitaban ingresar».

El fenómeno más alarmante aún estaba por llegar. A partir de septiembre del año pasado se dispararon las asistencias en urgencias y hospitalizaciones de menores «por comportamientos suicidas: ideaciones, intentos de suicidio, intoxicaciones medicamentosas voluntarias… Fue y está siendo algo impactante, nunca antes visto, tantos intentos de suicidio, tanto sufrimiento en los adolescentes», subraya la psiquiatra.

Afortunadamente, aclara, pese a que «la adolescencia es la época de la vida en la que más intentos de suicidio se hacen, son más impulsivos y no tienen una letalidad tan grande, pero el riesgo está ahí», advierte y pone el acento «en lo que representan». «Para tomar esa decisión es que están sufriendo infinitamente. Lo que hacen no es una pose. Para llamar la atención pego un grito, me tiño el pelo de un color provocador o me rapo, pero no me mato», señala. Con la intención de que los menores sean conscientes de la «magnitud» de los hechos, Fernández Rivas avisa de que «no es me tomo unas pastillas y todo desaparece. Es una bomba atómica que hundirá a mi familia, dejará impactados a mis amigos…».

«un nivel de Colapso constante»

Una vez reanudada en otoño la atención presencial, «la demanda de asistencia ambulatoria es tremenda» y, respecto a la hospitalización, «se funciona en un nivel de colapso constante», reconoce la especialista. A este «bloqueo» contribuye que los pacientes con anorexia «llegan en situaciones de desnutrición tan grave que requieren un tiempo de ingreso mayor solamente para renutrirlos, lo que hace que la disponibilidad de camas rápidamente esté muy comprometida porque si un ingreso habitual puede durar una semana o diez días, para anorexia va a durar un mes o más», precisa.

En definitiva, las ocho camas de que disponen para dar servicio a los adolescentes de todo Bizkaia «están casi siempre llenas» y a menudo tienen que derivarlos a Pediatría o, en alguna ocasión, reubicarlos en habitaciones individuales en la zona de Psiquiatría de adultos. «Hemos llegado a tener un máximo de trece pacientes», comenta y afirma que el «desborde» es extensible a otros centros hospitalarios, como el Gregorio Marañón, de Madrid, donde «en navidades destinaron una planta entera de adultos a adolescentes. Llegaron a tener en las urgencias de Madrid a cincuenta adolescentes pendientes de ingreso. Fue tremendo».

Urgen los hospitales de día

Para dar respuesta a tal avalancha de menores, esta profesional urge la apertura de hospitales de día, una «demanda histórica» que está a punto de materializarse en Bizkaia, donde se pondrán en marcha dos, mientras que en Araba ya existe uno, mientras Gipuzkoa carece de ellos. «Tienen que entrar en funcionamiento ayer, no se puede esperar más. Al adolescente hay que ingresarlo in extremis para no sacarlo de su vida cotidiana, que es donde puede madurar. En los hospitales de día pueden recibir un tratamiento intensivo durante unas horas y regresar con sus familias», argumenta esta experta, quien, dado que «la demanda también es mucho más alta en consultas externas», reclama contratar a los psiquiatras infantiles disponibles. «La pega es que no hay suficientes profesionales para cubrir lo que se necesita».

Esta ola de anorexia e intentos de suicidio «es una situación de alarma que ha quedado en un segundo plano» y que requiere «una respuesta del mundo educativo, sanitario y social», afirma. «Los ancianos son muy importantes, pero no hemos mirado para abajo, a nuestros adolescentes, que son el futuro. Hay que implicarse mucho más. Es un problema a inmensa escala y se está dando ahora», concluye Fernández Rivas.

Tomado de www.abc.es

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