LECTURA: La Sanjurjada

Todo comenzó en Sevilla, cuando un general de aspecto melifluo y gordinflón decidió acabar con la República. José Sanjurjo adquirió su fama en las campañas de Marruecos. Como tantos otros militares que hicieron su agosto a costa de las aventuras coloniales allí­ adquirió ascensos, honores y prebendas. Cuando cayó la Monarquí­a era el Director General de la Guardia Civil cargo que, sin embargo, mantuvo hasta su traslado a la Dirección General de Carabineros. Animado por carlistas, aristócratas y retrógrados de amplio espectro decidió sublevarse contra la República. Sevilla y Madrid se alzaron contra el gobierno. En la capital el golpe de estado se frustró, mientras en Sevilla logró ser «˜rey’ por unos dí­as hasta que malogrado decidió huir a Portugal, siendo capturado en Huelva. La «˜Sanjurjada’ como la historiografí­a ha querido llamar a este pusch militar nació para paralizar la Ley de Reforma Agraria y la autonomí­a en Cataluña. Sirvió para advertir a los republicanos ingénuos que el camino de las reformas no serí­a fácil, para señalar a éstos que -en los difí­ciles momentos del régimen de libertades- el movimiento obrero podrí­a estar de su parte, que cada resorte de los viejos poderes que se tocase -la propiedad de la tierra, el poder de la Iglesia, el pretorianismo militar, etc.-habí­a de hacerse con inteligencia y combinando adecuadamente negociación y prevención. Un juego polí­tico sólo apto para prestidigitadores y equilibristas.

La Sanjurjada en Granada tuvo una notable repercusión, o dicho de otra manera, Sanjurjo tuvo en Granada no pocos aliados. Con no ser esto poco, las cosas se complicaron aún más cuando la defensa de la República fue interpretada, por algunos extremistas locales, como la posibilidad de hacer ajuste de cuentas con la reacción granadina, lo que abrió la veda al anticlericalismo furibundo y al pillaje iracundo en ciertos barrios. Una difí­cil papeleta para las autoridades republicanas, para el socialismo templado y para el anarco-sindicalismo moderado.

Todo se supo el 10 de agosto, en un dí­a tórrido como pocos de aquel verano del 32, cuando llegaron noticias de Sevilla. En Granada, meses antes, los conspiradores habí­an juntado voluntades entre los descontentos a la República, la trama militar era encabezada por el general González Carrasco y la civil por el conde de la Jarosa. Esa tarde del 10 en el centro de Granada se produjo un tiroteo, varios obreros de CNT (Donato Gómez y Mariano Cañete) cayeron muertos por disparos -al parecer- desde los balcones de la casa del conde de Guadiana. Fue el pistoletazo de salida para la huelga general y la defensa de las libertades pero, también, para que ciertos grupos extremistas se apoderaran de barrios como el Albaicí­n o el Realejo y se desatara un cierto caos. Se asaltó el centro carlista, fueron pasto de las llamas el Casino cultural y la Casa del Estudiante (de universitarios católicos), el periódico Ideal se salvó por la intervención de la Guardia de Asalto. A la noche del 11 al 12 de agosto fue asaltada y completamente quemada la iglesia de San Nicolás del Albaicí­n, sufrieron destrozos los conventos de Santo Tomás de Villanueva y Santa Paula. Mientras, los dueños de las cerámicas de Fajalauza defendieron a tiros su propiedad cuando un grupo intentó entrar en la fábrica. Algunas armerí­as del centro de la ciudad fueron asaltadas y robadas sus armas. A pesar de que fue declarado el estado de guerra, ni la guardia civil, ni la de asalto, ni el ejército pudieron, por dos dí­as, impedir oportunamente el desorden.

En los pueblos, socialistas y republicanos de izquierdas formaron patrullas ciudadanas para salvar la «˜República en peligro’. En general hubo más calma en la provincia que en la capital, aunque en pueblos como Pí­ñar la Guardia civil produjo varios heridos al intentarse el asalto al cuartel. En Montegí­car hubo tiroteos entre partidarios del Centro agrario y socialistas. Similares sucesos ocurrieron en Guadahortuna, Gí¼éjar Sierra y Gí¼evéjar. Mientras, en la capital, se desarrolló una huelga de 48 horas los dí­as 16 y 17. Una huelga que se distanció del extremismo, un paro que demostraba la fortaleza templada  del socialismo local, aún muy influido por Fernando de los Rí­os, su máximo lí­der. Un paro para deslegitimar todo uso de la violencia, tanto contra la reacción, como contra el extremismo.

Nunca se sabrá, salvo que surjan nuevas fuentes, la verdadera trama civil del golpe, cuántos y quiénes estaban implicados más allá de ciertos cabecillas. Tampoco sabremos quiénes incendiaron iglesias y conventos. Sí­ sabemos lo mucho que sufrió el régimen de libertades. Aunque se incautaron las propiedades de los implicados en la intentona militar y de la denominada «˜Grandeza de España’, la cuantí­a de la misma era ridí­cula en Granada: José ílvarez de Bohórquez y Goyeneche (marqués de Trujillos) con siete predios en el término municipal de Iznalloz (unas 1.000 hectáreas); Luis Villanova Rattazi, unas 120 hectáreas repartidas entre Gójar, Ogí­jares y La Zubia, y por último, el duque de Grimaldi, con otras 120 hectáreas entre Jete y Almuñécar, poca cosa en comparación con las incautadas en Cáceres, Sevilla o Cádiz, con 11.000, 6.000 y 3.000 hectáreas, respectivamente.

La Sanjurjada, como Casas Viejas, como Asturias, como Arnedo, etc., dejaron tocado al régimen. El extremismo irí­a fagocitando las libertades y la moderación.

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