Iván Fandiño, héroe de bronce en Bilbao
La mirada hacia dentro, hacia esas entrañas donde el cuerpo y la mente se olvidan de todo mientras solo murmulla el alma. Fandiño, en estado puro. Iván, con la concentración de un samurái, con ese código de honor y lealtad ante la muerte que se leía en sus ojos ya en el patio de cuadrillas. A Fandiño no solo se le sabía torero por sus hazañas ante el toro, también por su irrepetible gesto, la expresión captada con perfección por el artista Jesús Lizaso.
Real el trazo de quien es hoy inolvidable recuerdo y estatua inmortal en los aledaños de la plaza de toros de Bilbao. Tan vivo el gesto que los ojos de la estatua llora su propia inmortalidad, como aquellas de Ramón Gómez de la Serna. Esculpido el monumento en bronce, con el capote entre las manos, esas a las que su padre, Paco Fandiño, acarició y quiso estrechar mientras sus miradas parecían cruzarse. Emotivisimo momento, con un ramo de flores a los pies de la estatua que sella su inmortalidad también en su tierra vasca, donde tantas faenas para la memoria dejó. Histrión, del Ventorrillo; Cantinero, de La Quinta; Cachero, de Jandilla, o Lagunero, al que toreó con la despaciosidad de un lento bolero en la que, cosas del destino, sería su última tarde bilbaína.
Iván Fandiño, al que tanto se extraña en los carteles de las ferias, figurará ya en todas las ediciones de las Corridas Generales. Todos los toreros, incluso aquellos que rehuían anunciarse con él, se cruzarán con el de Orduña cada vez que pisen Vista Alegre. Como lo hará la afición, esa que este domingo se hacía fotos junto al héroe broncíneo que cuajó tardes de oro y brillantes.
Tomado de www.abc.es