San Luigi Scrosoppi, patrono de los futbolistas: no jugó al fútbol, pero imprimió valores a jóvenes

Se suele reconocer a San Sebastián como patrono de los atletas y a San Juan Pablo II, el de los deportistas… Pero, ¿y de los futbolistas, en concreto? ¿Qué pasa cuándo se enfrentan dos equipos tradicionalmente rivales? ¿A quién hay que encomendarse? Hace unos años el empresario austriaco y forofo del balompié Manfred Pesek quiso resolver esta incógnita. Creó un equipo para investigar quién podría ser el más adecuado y hoy la Iglesia apunta como patrono del fútbol al santo sacerdote italiano Luigi Scrosoppi.

Ciertamente, no se puede poner en duda la santidad de Scrosoppi: fue oratoriano, fundador de una congregación religiosa femenina y todo ello en pleno siglo XIX, en una Italia que iba creándose y en donde tuvo que luchar con los vientos anticlericales para poder traer esperanza y consuelo a los pobres, principalmente a las mujeres con alguna discapacidad.

Profesores universitarios para fichar un santo

Scrosoppi no habría jugado al fútbol como se hace ahora, ni tampoco habría sido un hincha del equipo del momento, más bien su relación con el deporte va por el camino de las virtudes y de su entrega a la infancia y a la juventud. Manfred Pesek creó un equipo compuesto por profesores universitarios dedicados a estudiar la relación de los santos, especialmente de los últimos años, y su relación con el deporte. Muchos santos podrían ser “fichados” para esta tarea con los criterios que se podía pedir a un santo, y más en la Iglesia Católica en donde el fútbol siempre ha sido un elemento orientado a la formación humana: disciplina, trabajo en equipo, capacidad de sacrificio, necesidad de entrenamiento previo, estrategia, saber perdonar, capacidad para encajar los goles y las derrotas con “deportividad” y, a la vez, un deporte económico.

Y junto al cúmulo de virtudes futbolístico-deportivas había que buscar una más: que estuviera especialmente vinculado con la juventud y la infancia. El trabajo de los “ojeadores” llevó a proponer a San Luigi Scrosoppi.

Una vida dedicada a los demás

Luigi Scrosoppi nació en Udine, la capital de Friuli, Italia, en 1804, en el seno de una familia profundamente católica. Dos de sus hermanos, de hecho, Carlo y Giovanni, también fueron ordenados sacerdotes antes que él. Luigi se crio en una Italia agitada por la revueltas políticas, el hambre, el tifus y la viruela. Desde niño sintió la obligación de brindar alivio, inspirado por Mateo 25, 40: “En cuanto lo hiciste a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hiciste”.

Esto le condujo hasta al seminario y a unirse al Oratorio de San Felipe Neri. Se entregó incansablemente a la recaudación de fondos y fundó la Casa de los Desamparados, una institución de acogida y educación que dio albergue a 100 niños y jóvenes internos, y a 230 alumnos de día. Para ello contó con la ayuda de un equipo de mujeres jóvenes, de las cuales, nueve de ellas decidieron consagrar su dedicación de manera más formal, y el 1 de febrero de 1837, bajo la dirección de Luigi Scrosoppi, se constituyeron como las Hermanas de la Providencia.

El carisma de las religiosas fundadas por Scrosoppi está dedicado a servir a los pobres y educar a los jóvenes, y particularmente aquellos con discapacidades físicas como los sordomudos.

Luigi Scrosoppi comentaba entonces que “la Providencia de Dios prepara las mentes y los corazones para emprender sus obras: fue la Providencia la única fundadora de este Instituto”. Las Hermanas procedían de orígenes muy diferentes, las había ricas y pobres, educadas y analfabetas, nobles y humildes: en la casa de la Providencia había lugar para todas y todas se hicieron hermanas con el empuje de su fundador. Realmente, san Luigi sólo le preocupaba que fueran “educadas en el afecto”. La congregación recibió el reconocimiento oficial del Papa Pío IX en 1871 y Luigi Scrosoppi fue canonizado por san Juan Pablo II el 10 de junio de 2001.

Virtudes de un futbolista

San Luigi, aunque no hubiera jugado nunca al fútbol, reunía virtudes propias de un buen entrenador y futbolista: sabía hacer equipo, tenía claro su objetivo, imprimía virtudes, entendía las necesidades de su equipo, los hizo un solo cuerpo y, además, amaba a los niños y a los jóvenes. Supo bregar por su obra cuando los tiempos convulsos italianos perseguían su trabajo y la fe de los cristianos, y demostró extraordinarias virtudes de caridad y paciencia y poseía un espíritu alegre.

Estas razones y seguramente muchas más fueron suficientes para el austriaco Pesek y su equipo. El siguiente paso fue informar a su obispo, monseñor Alois Schwarz, entonces obispo de Gurk, al obispo de la diócesis de Udine, la diócesis originaria de Scrosoppi, monseñor Andrea Bruno Mazzocato, y a la sección ‘Iglesia y Deporte’ del Consejo Pontificio para los Laicos.

El 22 de agosto de 2010 tuvo lugar una ceremonia en la que se presentó al patrono de los futbolistas. Monseñor Schwarz presidió la ceremonia y bendijo una estatua del santo con un balón de fútbol en la mano: “¡Por fin todos los futbolistas, estadios de fútbol y aficionados al fútbol de todo el mundo tienen un santo patrón a quien poder recurrir!”.

La justicia, la disciplina, el respeto al contrario, la paciencia… fueron elementos reconocidos por aquellos dos obispos y por el Consejo Pontificio para los Laicos para que fuera seleccionado como patrono. Un tiempo después, la selección italiana de fútbol recibió también una estatua del santo que sostiene un balón de fútbol cosido al estilo antiguo y a él se encomiendan antes de cada partido. La devoción al santo se va extendiendo poco a poco y de hecho hasta hay en Ontario, Canadá, un equipo semiprofesional de fútbol que lleva su nombre: el “Scrosoppi FC”.

La Iglesia confía, como recordó una vez el Papa Benedicto XVI haciendo referencia al documento del Concilio Vaticano II Gravissimum Educationis, que “los deportes pertenecen al patrimonio común de la humanidad y facilitan tanto el desarrollo moral como la formación humana”, por lo que la Iglesia espera que San Luigi Scrosoppi pueda inspirar “campos” misioneros que requieren “entrenarnos para la piedad” (1 Tim 4, 7).

Tomado de www.religionenlibertad.com

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