LECTURA: La guerra de independencia americana

LOS ORíGENES DE ESTADOS UNIDOS

En el siglo XVIII Inglaterra tení­a la colonia más grande del mundo, formada por trece territorios a lo largo de la costa atlántica.

Se componí­an de establecimientos ubicados en la desembocadura de un rí­o o en la orilla de una bahí­a. Las más antiguas son Virginia (1607) y Massachusetts (1620). La más reciente es Georgia (1732) bajo el reinado de Jorge II.

Hay tres grupos de establecimientos:

-En función de su género de vida.

-La forma de su sociedad polí­tica.

-Sus actividades productivas.

Al norte, Massachusetts, Connecticut, New Hampshire y Rhode Island formaban Nueva Inglaterra llamada así­ por John Smith que afirmó que se parecí­an a Inglaterra. Su economí­a se basaba en actividades variadas y remuneradoras. La ganaderí­a y el cultivo de cereales estaban en manos de pequeños propietarios, en las regiones onduladas y verdes en el interior y las grandes extensiones de bosques proporcionaron bastantes serrerí­as. La pesca era esencial en un litoral recortado y rico en puertos naturales, se estableció un comercio muy activo. La industrialización contribuyó a elevar el nivel de vida.

Nueva Inglaterra estaba formada por puritanos: el carácter religioso impregnaba el comportamiento de los habitantes y las manifestaciones de la vida pública. La Iglesia estaba unida al Estado y quien se apartaba de la Iglesia se apartaba de la sociedad. La tolerancia era una palabra carente de sentido.

Gran Bretaña tení­a con las colonias el llamado pacto colonial, la exclusividad, no querí­a industrias, ella las vendí­a y les compraba a las colonias las materias primas. Habí­a tráfico ilegal de ron melaza y productos de las islas. Gran Bretaña mandó a cada colonia un gobernador cuyo sueldo era pagado por la Asamblea Colonial, ellos hací­an vista gorda del tráfico ilegal para poder seguir cobrando.

Boston era el centro. La educación llevaba la impronta religiosa; los primeros colegios, que llegarí­an a ser universidades, (Harvard y Yale) fueron creados para formar los futuros ministros religiosos.

Las cinco colonias del sur: Virginia, Maryland, Carolina del Norte y del Sur y Georgia, formaban un grupo radicalmente distinto del otro. Eran aristócratas, no tení­an interés cultural, gran parte de la población era negra y no trabajaban al contrario que los puritanos.

La diferencia se basaba en el clima subtropical y en la extensión territorial más grande y en el carácter más rural. La explotación del suelo se fundamentaba en el sistema de plantación, con la ayuda de la mano de obra negra, que en la segunda mitad del siglo XVIII era más numerosa que la población de los colonos. La economí­a estaba basada sobre algunos productos tropicales como tabaco, arroz, í­ndigo y algodón, y en la venta de estas cosechas. Los ricos plantadores, generalmente anglicanos, tení­an una vida fácil y formaban una sociedad aristocrática. Entre los esclavos negros y esta oligarquí­a habí­a pocos elementos intermedios, concentrados en las pocas ciudades de la zona como Charlestone.

En la zona central existí­an cuatro colonias: New Jersey, Nueva York, Delaware y Pennsylvania.

Nueva York al principio era de los holandeses y la llamaron Nueva Amsterdam, pero luego se la arrebató Carlos II y pasó a llamarse Nueva York por su hermano Jacobo II, el cual tení­a el tí­tulo de York. Los ingleses llamaban a los holandeses Yankees, pero éste se ha vuelto contra ellos.

Pennsylvania fue fundada por la secta de los Quakers, desidentes pacifistas. La población contení­a representaciones de todas las sectas religiosas y habí­a experimentado un aumento a lo largo del siglo XVIII. La mayorí­a trabajaba en la tierra. Se exportaba a Europa trigo y madera. Las ciudades parecí­an pueblos grandes, sólo destacaba Filadelfia. De Europa llegaron a estos puertos centrales, a los que esperaba un gran futuro.

Jurí­dicamente se podí­an distinguir tres tipos de colonias: las colonias reales, que dependí­an de la Corona; las colonias de propietarios, que pertenecí­an en virtud de una concesión real, a un grupo de propietarios;  las colonias de carta, cuya existencia jurí­dica tení­a su origen en una carta.

Habí­a pocas diferencias; cada colonia tení­a una Constitución, pero por encima estaba el pacto colonial, de exclusividad, que reflejaba las tradiciones parlamentarias y las instituciones británicas. Existí­a un gobernador, que era el representante de la Corona y los colonos propietarios que elegí­an a sus delegados en la Asamblea, cuyo privilegio esencial era el control financiero, concretado en el voto de los impuestos necesarios para hacer frente a los gastos locales. Los dirigentes de las colonias se refugiaban en una sociedad restringida, habí­a sufragio, debido a lo limitado del régimen representativo (de un 2 a un 8 % de electores, según los territorios).

Las colonias de América no escapaban a la norma en vigor entre las potencias coloniales. Era un mercado reservado a la metrópoli, y los colonos no tení­an derecho a crear casi ninguna industria.

Los problemas económicos contribuí­an a separar las colonias de la metrópoli.

CAUSAS DE LA REVOLUCIí“N

La Guerra de los Siete Años empezó en Europa entre Austria y Prusia, aliándose las demás potencias en el bando austrí­aco.

En las colonias la guerra repercutió de la siguiente manera: como Francia iba en el bando contrario de Gran Bretaña y los colonos querí­an los territorios que los franceses tení­an en América, los británicos decidieron dárselos para con su ayuda poder vencer a Francia.

La victoria sobre Francia en la Guerra de los Siete Años fue lo que llevó a la secesión. Tras la guerra, Gran Bretaña, que atravesaba una situación financiera delicada, decidió que las colonias soportasen parte de sus cargas.

En 1765, el ministro británico, Greenville, hizo votar al Parlamento unas tasas aduaneras sobre la melaza y el azúcar de la Antillas que entraban en América. Era un intento de aplicar sistemáticamente las leyes sobre el comercio colonial y de impedir el contrabando. Paralelamente al impuesto de timbre (Stamp Act) precisó que todos los actos jurí­dicos, públicos y privados, tanto en las colonias como en Gran Bretaña, debí­an ser transcritos en papel sellado con timbre del Estado. Estas dos decisiones fueron muy mal acogidas. El derecho de timbre suscitó un verdadero debate de principio. ¿Tení­a derecho el gobierno inglés a percibir este impuesto? Los colonos sostení­an que ningún ciudadano británico debí­a pagar un impuesto si no habí­a sido antes aceptado por él o por sus representantes.

El Gobierno de Londres, por su parte, afirmaba que el Parlamento representaba a todos los súbditos de la Corona. Los americanos consideraban que sólo las Asambleas coloniales estaban cualificadas para aprobar impuestos en su nombre. Los delegados de nueve colonias se reunieron en Nueva York para protestar y llegaron al acuerdo de no importar productos ingleses. Redactaron, además, una declaración de derechos y quejas de América.

La agitación se apoderó de las poblaciones. Unas organizaciones, hijos de la libertad, incendiaron los depósitos de timbres sin que aún se soñase en América con la separación de la metrópoli. Las resoluciones del Congreso de Nueva York causaron viva inquietud entre los comerciantes británicos. Ante la hostilidad del mundo de los negocios, Greenville tuvo que retirarse, y el Gabinete Whig, bajo la presión de algunos diputados, abolió las tasas no deseadas. Los colonos triunfaron en este punto, pero el Parlamento no cedió en cuanto al principio, es decir, en cuanto a su derecho a establecer impuestos a otros colonos.

A partir de junio de 1767, el gabinete británico inició una segunda ofensiva, instituyendo derechos de aduanas para la entrada en América de algunos productos, el té, el papel, el vidrio, el plomo y la pintura. La agitación estalló sobre todo en Nueva Inglaterra. Los británicos boicotearon las mercancí­as sometidas a impuestos, lo que produjo un descenso de un tercio del comercio británico. Al cabo de tres años de un conflicto que estaba costando muy caro a las dos partes, el ministro británico dio marcha atrás por segunda vez, y en 1770 suprimió todos los impuestos, salvo el del té. La agitación, pareció calmarse, pero esta aparente tranquilidad estaba a merced de cualquier incidente.

Desde 1773, la situación se agravó, la presencia de tropas enviadas a Massachusetts provocó en Boston sangrientas manifestaciones. El Gobierno Británico concedió a la Compañí­a de Indias el monopolio sobre la venta del té, lo que levantó una ola de descontento entre los comerciantes del Nuevo Mundo, que temí­an que esta medida se ampliase a otras mercancí­as.

El 16 de Diciembre de 1773, en Boston, los hijos de la libertad, disfrazados de indios, tiraron al mar todo el té traí­do de Oriente por los naví­os de la Compañí­a de Indias, aprovechando la pasividad de las autoridades locales. El gobierno británico quiso responder a esta violencia con una firmeza ejemplar. Cinco leyes arruinaron el comercio del puerto de Boston; además se enviaron nuevas tropas a América del Norte, al mando del general Gage, y se prohibieron todas las reuniones públicas.

Con sus medidas, destinadas a dar un escarmiento, los británicos hicieron nacer el sentimiento de solidaridad entre las trece colonias. Nació un partido patriótico y por sugerencia de Benjamin Franklin (inventor virginiano de pinzas, gafas bifocales, silla giratoria y pararrayos) se reunieron en Filadelfia.

Las posiciones se iban endureciendo. La guerra podí­a estallar con el menor incidente, sobre todo si se tiene en cuenta que los partidarios de la conciliación perdí­an terreno entre la opinión pública, ganándolo los intransigentes, que querí­an aprovechar la independencia para construir una sociedad más democrática. Estos últimos se apoyaban en los periódicos y panfletos, cuyo papel revolucionario quedó patente por primera vez. Se fue formando entre estos colonos, una mentalidad revolucionaria, dispuesta a considerar el recurso a la fuerza como inevitable.

LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA

El pretexto para la ruptura, fue el tiroteo de Lexington. El 18 de Abril de 1775, el general Gage, que mandaba las tropas en Boston, envió una columna a confiscar los depósitos de armas y municiones establecidos en Concord por los comités revolucionarios. Los patriotas, alertados, en su mayorí­a granjeros, recibieron a los soldados a tiros; fue el primer enfrentamiento grave entre los casacas rojas y los voluntarios americanos. La columna británica tuvo que replegarse hacia Boston, con gran satisfacción de los americanos. Fue el comienzo de la insurrección armada.

El Congreso americano, reunido en Filadelfia en Diciembre de 1775 decidió la formación de un ejército continental mandado por George Washington. Pronto se vio que esta elección habí­a sido acertada. Washington hijo de un plantador de Virginia fue el partí­cipe.

El Congreso americano apelaba a la justicia del rey de Gran Bretaña pero Jorge III rechazó la petición del Congreso y envió mercenarios alemanes a ultramar para reforzar sus tropas y terminar con la resistencia americana. Comenzaba una guerra sin cuartel. La situación evolucionó rápidamente. La colonia de Virginia, en un acto revolucionario, fue la primera en proclamar su independencia constituyéndose en república. Se dio una Constitución precedida de una Declaración de Derechos que deben ser considerados como fundamento y base del gobierno. Destacaban las ideas de Rousseau, Locke y Montesquieu.

El ejemplo de Virginia terminó con la dudas de otras colonias. El 4 de Julio de 1776, el Congreso general de Filadelfia proclamó la unión solidaria de las trece colonias y votó la Declaración de Independencia de los EEUU. de América. Precedida por un preámbulo redactado por el virginiano Thomas Jefferson, e inspirado en los principios de los filósofos franceses: Montesquieu y Rosseau, esta célebre declaración reconocí­a el derecho a la insurrección. Marcaba un hito en la historia universal.

Entre la población subsistieron algunos elementos legitimistas, algunos prefirieron emigrar a Canadá o las Antillas antes que sublevarse contra el rey.

Proclamada la independencia habí­a que conquistarla. La guerra fue larga y difí­cil (cerca de 7 años) y planteó problemas que en ocasiones parecieron insuperables debido a la especial situación de los insurrectos.

En primer lugar, no tení­an un gobierno central. El Congreso, absorto en apasionadas discusiones, serví­a de ví­nculo entre los Estados, pero carecí­a de poder para dar órdenes a gobiernos autónomos muy celosos de sus prerrogativas.

En segundo lugar, la situación militar era angustiosa; los colonos sublevados o insurrectos, unos dos millones, carecí­an de recursos industriales. No tení­an armas, ni municiones, ni vestidos. Habí­a tropas sin valor militar, mal organizadas. Desde luego, tení­an a su frente a un jefe extraordinario, Washington.

Por último, no tení­an marina de guerra. En definitiva, la relación de fuerzas al comienzo del conflicto parecí­a muy desventajosa. Sin embargo, hay que tener en cuenta las dificultades de Gran Bretaña, que acababa de salir de las largas guerras europeas y coloniales de mediado de siglo y debí­a combatir lejos de sus bases.

La búsqueda de aliados era una condición «sine qua non» para el éxito. Tení­an que inclinarse hacia Francia, rival marí­tima de Gran Bretaña. Esto traí­a consigo un peligro porque las colonias habí­an luchado enérgicamente contra Francia durante la guerra de los Siete Años.

Franklin fue recibido en Versalles por el rey de Francia, Luis XVI, conquistando los salones con su sencillez natural. La opinión pública seguí­a con simpatí­a el desarrollo de las ideas de libertad. El carácter ilustrado de la Declaración de la Independencia entusiasmaba a las élites intelectuales: se enrolaban voluntarios empujados por un deseo de libertad y por el sentimiento de que luchaban para construir un mundo nuevo. El marqués de la Fayette (el héroe de los dos mundos), se enroló con el ejército americano. Sin embargo, Vergennes, aunque vio que este asunto era una forma excelente para tomarse la esperada y deseada revancha sobre Gran Bretaña, no quiso comprometerse por el momento, para intentar que también España se uniese a su polí­tica. En un principio, Francia se limitó a una ayuda indirecta, proporcionando a los colonos las armas y municiones que tanto necesitaban, así­ como importantes subsidios.

Este amplio movimiento de simpatí­a y esta ayuda, no despreciable, no impidieron una serie de fracasos durante la primera fase de la guerra. En Saratoga los colonos vencieron a las casacas rojas.

Este hecho marcó un cambio en la guerra que se hizo desde ahí­ internacional. Los americanos se habí­an visto apoyados por las condiciones naturales desfavorables a los británicos (enorme extensión del campo de operaciones, pocos caminos y muy malos y numerosos rí­os y espesos bosques), pero su tenacidad y la personalidad de su jefe, George Washington, seguí­an suscitando admiración. La noticia de la capitulación de Saratoga provocó entusiasmo en Francia y terminó con las últimas dudas de Vergennes.

La opinión pública francesa se inclinaba por la intervención. El 6 de Febrero de 1778 firmó con Franklin un tratado de comercio, amistad y de alianza defensiva. Francia reconocí­a la soberaní­a e independencia de las 13 colonias.

Los 15 estados se comprometí­an a no firmar paces separadas y a no dejar las armas hasta que no se reconociese la independencia. Diplomáticamente el siguiente trabajo de Vergennes fue obtener el apoyo de España, cuya potencia militar sobreestimaba. Con el Tratado de Aranjuez (12 de Abril de 1779), Francia firmaba con España una alianza a cambio de la promesa de devolverle Menorca, Gibraltar, Florida y las Honduras británicas. Francia estaba dispuesta a pagar muy caro el apoyo de la monarquí­a española. Vergennes deseaba crear una gran coalición contra Gran Bretaña y supo explotar el descontento de las potencias neutrales ante la actitud de ésta que, con el pretexto de luchar contra el contrabando de guerra, abusaba del derecho de inspección de buques.

Militarmente, el conflicto que enfrentó a Gran Bretaña, Francia y las 13 colonias, y más tarde también a España y a Holanda, duró cinco años y tuvo como escenario principal, además de los Estados Unidos, las Antillas, la costa de la India y todas las razones neurálgicas marí­timas y coloniales.

La caí­da de Yorktown provocó en Gran Bretaña la dimisión en marzo de 1782 de Lord North, instrumento de la polí­tica personal de Jorge III. Un gabinete, más conciliador, entabló las negociaciones de paz. En las preliminares del 30 de Noviembre de 1782 Gran Bretaña reconocí­a la independencia de las 13 colonias; se fijaba la frontera de norte a sur, en el rí­o Santa Cruz, los Grandes Lagos y el Mississippi. Los pescadores británicos conservaron el derecho a pescar en las aguas territoriales de América del Norte.

El Tratado de Versalles de septiembre de 1783 incluye cuatro acuerdos. Un convenio anglo-americano confirmando las preliminares de 1782. Un acuerdo anglo-holandés fijando la restitución recí­proca de las conquistas. Un acuerdo anglo-español, que preveí­a la devolución a los españoles de Menorca y gran parte de la Florida, cuya frontera quedaba fijada en el Mississippi, pero los británicos se quedaban con Gibraltar. Y un acuerdo anglo-francés que hací­a algunas concesiones a Francia: devolución de sus establecimientos en el Senegal y algunas Antillas (Tobago, Santa Lucí­a). La opinión pública francesa no se mostró muy conforme con el acuerdo.

DIFICULTADES DE LA INDEPENDENCIA

Tení­an que transformar las antiguas colonias en 13 estados y se corrí­a el riesgo de que esta transformación se produjese en medio del desorden y la anarquí­a. Desde el punto de vista militar, las tropas reclutadas en todos los estados, habí­an admitido la autoridad del general Washington; pero una vez terminadas las operaciones los antiguos combatientes, que no habí­an recibido su paga, amenazaban con marchar hacia Filadelfia. Desde el punto de vista financiero, era evidente la necesidad de una moneda común a los 13 estados.

La deuda era enorme y habí­a que detener la inflación del papel moneda, que carecí­a de valor en el extranjero y no tení­a respaldo en numerario. El problema de los impuestos no se habí­a resuelto: los Estados no querí­an atender a los gastos de la colectividad. Por último, habí­a que aclarar la situación de las tierras del Oeste, entre los Apalaches y el Mississippi, habitados por indios y donde habí­a numerosas discusiones por la delimitación de fronteras.

El congreso continental, puesto en marcha antes de la independencia no tení­a autoridad. En la conferencia de Anápolis en septiembre de 1786 (convocada a petición de Virginia para tratar problemas económicos y comerciales) propusieron la reunión de una convención de poderes para reformar los artí­culos del congreso continental. Tras varios aplazamientos los estados, excepto Rhode Island, designaron delegados para discutir las posiciones que considerasen necesarias.

El 25 de mayo de 1787 se reunieron en Filadelfia 55 delegados, destacando los federalistas Washington y Franklin. Esta asamblea decidió, desde el comienzo de sus trabajos, permanecer en el más absoluto secreto. No faltaron puntos conflictivos: los delegados de los pequeños estados se oponí­an a los de los grandes, y al mismo tiempo, se enfrentaban los partidarios de una amplia autonomí­a y los defensores de un poder fuerte. La elección unánime de Washington para la presidencia de la convención y la presencia de Franklin, inteligente y conciliador, facilitaron el desarrollo de los trabajos que duraron casi cuatro meses. Los delegados discutieron y elaboraron, el estatuto de los territorios del Oeste. La ordenanza de Julio de 1787 declaraba propiedad federal la zona y prohibí­a en ella la esclavitud.

El conjunto fue dividido en townships de 36 millas, subdivididos en 36 parcelas. Los townships se agrupaban en territorios. Cada uno de ellos era promovido al rango de Estado cuando alcanzaba los 60.000 habitantes. Entonces entraba en la Unión y la bandera federal adquirí­a una estrella más.

Así­ se solucionó, con sentido liberal, el problema de la colonización del medio oeste, siendo los pioneros iguales a los antiguos colonos del este y no sus súbditos.

LA DECLARACIí“N DE INDEPENDENCIA

La Declaración de independencia de los Estados Unidos de América del Norte, redactada por Jefferson, y con claras influencias de Locke y de Rousseau y en la lí­nea de la filosofí­a del derecho natural, fue firmada entre el 2 y el 4 de julio de 1776 por 56 miembros del Congreso Continental reunido en Filadelfia desde el año anterior.

La declaración expresaba las penalidades sufridas por las colonias bajo el gobierno de la Corona británica y las declaraba estados libres e independientes. La proclamación de la independencia supuso la culminación de un proceso polí­tico que habí­a comenzado como protesta contra las restricciones impuestas por la metrópoli al comercio colonial, las manufacturas y la autonomí­a polí­tica, y que evolucionó hasta convertirse en una lucha revolucionaria que acabó en la creación de una nueva nación. El 7 de junio de 1776 Richard Henry Lee, en nombre de los delegados de Virginia en el Congreso Continental, propuso la disolución de los ví­nculos que uní­an a las colonias con Gran Bretaña. Esta propuesta fue secundada por John Adams de Massachusetts, pero la acción se retrasó hasta el 1 de julio y la resolución se aprobó al dí­a siguiente. Mientras tanto, un comité (designado el 11 de junio) formado por los delegados Thomas Jefferson, Benjamin Franklin, John Adams, Roger Sherman y Robert R. Livingston, estaba preparando una declaración acorde a la resolución de Lee. El 4 de julio fue presentado al Congreso, que añadió algunas correcciones, suprimió apartados (como el que condenaba la esclavitud), incorporó la resolución de Lee y emitió todo ello como Declaración de Independencia.

Fue aprobada por el voto unánime de los delegados de doce colonias; los representantes de Nueva York no votaron porque no estaban autorizados. No obstante, el 9 de julio el Congreso Provincial de Nueva York concedió su apoyo. El 2 de agosto fue firmado por los 53 miembros presentes en el acto; los tres ausentes firmaron después. El documento defiende el derecho a la insurrección de los pueblos sometidos a gobiernos tiránicos en defensa de sus inherentes derechos a la vida, la libertad, la búsqueda de la felicidad y la igualdad polí­tica.

En ella, aparte de las acusaciones vertidas contra el rey Jorge III y su Gobierno, que significan la mayor parte del documento, se consigna uno de los principios más revolucionarios jamás escrito anteriormente: «todos los hombres han sido creados iguales». Y estos hombres «recibieron de su Creador ciertos derechos inalienables, entre los cuales están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; así­, para asegurar esos derechos, se han instituido los gobiernos entre los hombres, derivándose sus justos poderes del consentimiento de los gobernados; de tal manera que si cualquier forma de gobierno se hace destructiva para esos, fines es un derecho del pueblo alterarlo o abolirlo, e instituir un nuevo gobierno, basando su formación en tales principios, y organizando sus poderes de la mejor forma que a su juicio pueda lograr su seguridad y felicidad».

La Declaración concluí­a así­: «Nosotros, representantes de los Estados Unidos de América, reunidos en Congreso general, apelando al Juez Supremo del mundo por la rectitud de nuestras intenciones, en el nombre y por la autoridad del buen pueblo de estas colonias, declaramos y publicamos solemnemente que estas colonias unidas son y han de ser Estados libres e independientes; que han sido rotos todos los lazos con la Corona británica y que cualquier conexión polí­tica entre ellas y el Estado de Gran Bretaña es, y debe ser considerado, totalmente disuelto; y que, como Estados libres e independientes; tienen todo el poder para declarar la guerra, concluir la paz, concertar alianzas, establecer lazos comerciales, y llevar a cabo cualquier otro acto que los Estados independientes pueden realizar. Y para apoyar esta declaración, con la firme confianza en la protección de la Divina Providencia, nosotros empeñamos nuestras vidas, nuestras fortunas y nuestro sagrado honor».

Actualmente el pergamino se conserva, junto con otros documentos históricos, en la Sala de Exposiciones del Archivo Nacional de Washington, sellado en una urna de cristal y bronce para su protección.

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2 Respuestas

  1. Javier dice:

    Cuando se trata de la independencia norteamericana siempre se menciona más el apoyo francés y casi nada el hispano, ya que las 13 colonias en sí­ mismas, al mando de Washington, serí­an muy débiles como para poder enfrentarse a un poderoso imperio como fue el británico, por lo tanto fue gracias al aporte frances, español y otros que Washington pudo fortalecerse y hacer frente al ejército y marina ingleses. Espero se tome mucho más en cuenta tales aportes. Tengo entendido que las 13 colonias eran más que nada de actividades agrí­colas y débilmente comerciales y no contaban con recursos económicos grandes -por más ganas y voluntad que tuvieran por luchar- por lo que fue necesario el apoyo de otras potencias europeas que pudieran frenar el abuso inglés y la dependencia.

  2. Roger dice:

    El nombre mas apropiado serí­a guerra de independencia de Norteamérica o Estados Unidos y no americana.

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